Vivimos en una era de hiperconectividad. Las noticias nos llegan al instante, las redes sociales se actualizan sin descanso y los titulares trágicos se cuelan en nuestras pantallas desde que despertamos. Guerras, catástrofes, atentados, crisis humanitarias. Es como si el dolor del mundo se hubiera instalado en nuestra casa, en nuestro móvil, en nuestra mente. Pero, ¿cuánto puede soportar una persona expuesta continuamente a imágenes y relatos de sufrimiento? ¿Puede esta sobreexposición generar ansiedad? La respuesta es clara: sí.
Una ventana sin filtros al horror
Las noticias sobre conflictos armados, violencia extrema o desastres naturales suelen ir acompañadas de imágenes impactantes, testimonios desgarradores y una narrativa urgente. Estas noticias no son neutrales: están diseñadas para captar nuestra atención, muchas veces apelando a nuestras emociones más básicas.
Cuando vemos imágenes de destrucción o escuchamos relatos de víctimas, nuestro sistema nervioso se activa. Aunque estemos lejos del lugar del conflicto, nuestro cuerpo responde como si estuviéramos en peligro. El cerebro no siempre distingue entre una amenaza real y una amenaza percibida a través de una pantalla.
Esta activación constante tiene un nombre: hiperactivación del sistema de alerta. Es un estado en el que el cuerpo se prepara para luchar o huir, liberando hormonas como el cortisol y la adrenalina. Si se prolonga, puede derivar en síntomas ansiosos: tensión muscular, dificultad para dormir, pensamientos intrusivos, fatiga, irritabilidad, e incluso ataques de pánico.
Empatía sin límites y agotamiento emocional
Parte de lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno. Pero cuando la exposición a noticias trágicas es constante, esta empatía puede convertirse en agotamiento.
Existe un fenómeno llamado “fatiga por compasión”, que suele afectar a profesionales de la salud, pero también puede aparecer en personas que consumen noticias muy duras con frecuencia. Es la sensación de estar emocionalmente saturados, de ya no poder soportar más dolor ajeno.
Este agotamiento emocional puede desembocar en dos caminos: uno, el entumecimiento, donde dejamos de sentir porque ya no podemos sostener tanto dolor; otro, la ansiedad generalizada, donde la inseguridad del mundo se vuelve omnipresente y nos cuesta desconectar o relajarnos.
El efecto “mundo peligroso”
La psicología de la comunicación habla del “síndrome del mundo peligroso” (“Mean World Syndrome”), un término acuñado por George Gerbner. Este concepto describe cómo las personas que consumen muchas noticias sobre violencia tienden a percibir el mundo como un lugar más amenazante de lo que realmente es. Se incrementa la sensación de inseguridad, incluso en contextos personales que son relativamente seguros.
Esta distorsión de la realidad alimenta la ansiedad anticipatoria. Empezamos a temer lo que podría pasar, aunque esté lejos de nuestras vidas. Imaginamos guerras cerca de casa, proyectamos peligros inexistentes y nos cuesta mantener la calma incluso en espacios seguros.
¿Cómo protegernos del exceso informativo sin desconectarnos del mundo?
No se trata de ignorar lo que ocurre en el mundo. La conciencia social es valiosa y necesaria. Pero hay una gran diferencia entre estar informado y estar sobreexpuesto. Proteger nuestra salud mental en este contexto implica encontrar un equilibrio que nos permita cuidar de nosotros sin caer en la indiferencia ni en la ansiedad paralizante.
1. Filtra tus fuentes
No todas las noticias informan de la misma manera. Algunas priorizan el sensacionalismo y el impacto emocional. Intenta consumir medios que apuesten por la profundidad, el análisis y el contexto. Evita aquellas fuentes que bombardean con imágenes gráficas innecesarias o titulares alarmistas.
2. Establece límites de tiempo
Estar informado no implica estar conectado 24/7. Fíjate horarios para leer o ver noticias, idealmente una o dos veces al día, y evita hacerlo justo antes de dormir. No necesitamos actualizaciones constantes para entender lo que ocurre.
3. Escoge el formato que menos te impacte
Algunas personas son más sensibles a las imágenes que a los textos. Si es tu caso, opta por informarte a través de artículos escritos o resúmenes breves, en lugar de vídeos o transmisiones en directo. Esto ayuda a reducir la intensidad emocional con la que se recibe la información.
4. Cuida tu cuerpo
La ansiedad no solo es mental, también es fisiológica. El cuerpo necesita descanso, respiración profunda, movimiento y alimentación adecuada para poder regular las emociones. Si notas que te sientes angustiado tras ver las noticias, haz una pausa, sal a caminar, respira conscientemente o realiza alguna actividad corporal que te relaje.
5. Cultiva el sentido de agencia
Sentir que no puedes hacer nada ante tanta tragedia puede aumentar la ansiedad y la impotencia. Sin embargo, hay pequeñas acciones que sí están en tu mano: colaborar con causas solidarias, informarte con responsabilidad, hablar de lo que ocurre desde una mirada constructiva o incluso participar en voluntariados. Tener un rol activo, por pequeño que sea, reduce la sensación de indefensión.
6. Pon atención plena en lo cercano
Muchas veces, cuanto más grave es lo que ocurre lejos, más desconectados nos sentimos de nuestra realidad inmediata. Practicar mindfulness o atención plena puede ayudarte a reconectar con tu entorno, con las personas que tienes cerca y con los momentos agradables que también existen en tu día a día. Esto no es egoísmo: es salud mental.
7. Habla de lo que sientes
Si las noticias te afectan profundamente, no lo guardes en silencio. Habla con alguien de confianza, comparte lo que sientes o busca acompañamiento profesional si notas que la ansiedad se prolonga o interfiere con tu vida cotidiana. La validación emocional y la expresión son claves para procesar lo que vivimos.
Informarse con conciencia, cuidarse con compasión
Estar al tanto de lo que ocurre en el mundo es un acto de responsabilidad, pero también lo es cuidar nuestra salud mental en el proceso. El sufrimiento ajeno merece atención, pero también merece que lo sostengamos con equilibrio, sin anegarnos emocionalmente. Protegernos no es mirar hacia otro lado, sino mirar con humanidad, con conciencia y con la suficiente distancia como para no desbordarnos. En un mundo herido, ser sensible y cuidarse no son opuestos: son complementarios.